El mundo regresa al abismo económico

Nouriel Roubini
PARA LA NACION 23 de mayo del 2010

NUEVA YORK.- Una interpretación de las crisis financieras es que son, en palabras de Nasim Taleb, acontecimientos del estilo de un "cisne negro" (es decir, fuera de lo habitual): sucesos no previsibles que cambian el curso de la historia. Pero en mi nuevo libro sobre las crisis financieras, Crisis Economics (La economía de las crisis), que versa no sólo sobre la crisis reciente, sino también sobre docenas de otras en la historia, tanto en economías avanzadas como en las en ascenso, muestro que las crisis financieras son acontecimientos del estilo de "cisnes blancos", previsibles. Lo que está sucediendo ahora -la segunda fase de la crisis financiera mundial- no era menos previsible.
Las crisis son el resultado inevitable de una acumulación de riesgos y vulnerabilidades macroeconómicos, financieros y de políticas: burbujas de activos financieros, asunción de riesgo excesivo y apalancamiento, auges crediticios, relajación monetaria, falta de supervisión y regulación apropiadas del sistema financiero, codicia e inversiones arriesgadas por parte de los bancos y otras entidades financieras. La historia indica también que las crisis financieras suelen modificarse con el tiempo. Las crisis como las que hemos padecido recientemente se debieron inicialmente a una deuda y un apalancamiento excesivos entre los agentes del sector privado -familias, bancos y entidades financieras, empresas-, lo que con el tiempo propició un reapalancamiento del sector público cuando el estímulo fiscal y la socialización de las pérdidas privadas -programas de rescate- causaron un peligroso aumento de los déficits presupuestarios y del volumen de la deuda pública.

Si bien semejantes estímulos físcales y rescates pueden haber sido necesarios para impedir que la Gran Recesión se convirtiera en una nueva Gran Depresión, la acumulación de deuda pública, junto con la privada, entraña un gran costo. Con el tiempo hay que reducir esos grandes déficits y deudas mediante mayores impuestos y menos gasto y esa austeridad -necesaria para evitar una crisis financiera- suele aminorar el ritmo de la recuperación económica a corto plazo. Si no se abordan los desequilibrios fiscales mediante reducciones del gasto y aumentos de los ingresos, sólo quedan dos opciones: la inflación para los países que se endeudan en su propia moneda y pueden monetizar sus déficits o la quiebra para los países que se endeudan en una divisa extranjera o no pueden imprimir su propia moneda.

Los acontecimientos recientes en Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España (Piigs) son la segunda fase de la reciente crisis financiera mundial. La socialización de las pérdidas privadas y la laxitud fiscal encaminada a estimular las economías en recesión han propiciado una peligrosa acumulación de déficits presupuestarios y deuda pública. La reciente crisis financiera mundial no ha acabado: ha alcanzado una fase nueva y más peligrosa.

Una definición práctica de una crisis financiera es la de un episodio que obliga a las autoridades a pasar un largo fin de semana intentando desesperadamente anunciar un nuevo plan de rescate para evitar el pánico nacional y mundial antes de que los mercados abran el lunes. En los últimos años, esas sesiones de fines de semana y sin dormir estuvieron dedicadas a los rescates necesarios de empresas privadas.

Esos dramas de fin de semana no han acabado. Ahora llega el rescate de los rescatadores, es decir, los gobiernos. La escala de estos rescates aumenta. Durante la crisis financiera asiática de 1997-1998, Corea del Sur recibió un rescate del FMI que se consideró grande: US$ 10.000 millones. Pero, después de los rescates de Bear Sterns (40.000 millones), Fannie Mae y Freddie Mac (200.000), AIG (hasta 250.000 millones), el Programa de Rescate de Activos Tóxicos (700.000 millones), ahora tenemos la madre de todos los rescates: el billón de dólares de rescate de los miembros de la eurozona con problemas por parte de la Unión Europea y el FMI.

Los gobiernos que rescataron nuestras empresas privadas necesitan ahora rescates, a su vez, pero ¿qué ocurrirá cuando se acabe la buena disposición política de Alemania y otros acreedores disciplinados -muchos de ellos correspondientes ahora a mercados en ascenso- a financiar semejantes rescates? Si bien se conoce la medicina adecuada para evitar catástrofes fiscales, el obstáculo principal para la disciplina es que los gobiernos débiles de todo el mundo carecen de capacidad y voluntad políticas para aplicar la austeridad. El estancamiento político que hay en Washington y el Congreso de EE.UU. demuestra la falta del espíritu bipartidario necesario para abordar las cuestiones fiscales. En el Reino Unido, un Parlamento sin mayoría ha tenido como consecuencia un gobierno de coalición que tendrá gran dificultad para aplicar disciplina fiscal.

En Alemania, la canciller Angela Merkel ha perdido unas elecciones estatales decisivas; después del rescate de Grecia y Japón tiene un gobierno débil e ineficaz que parece negarse a reconocer la magnitud del problema que afronta. En Grecia hay disturbios en las calles y huelgas en las fábricas; en el resto de los Piigs, la disciplina fiscal será política y socialmente dolorosa.

El autor es profesor de Economía en la Escuela Stern de la Universidad de Nueva York






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